Cuando algo se escribe en un medio -o en un entero- no estaría de más que antes de decir tuntunas se mirase al espejo y comprobase quién escribe y sobre qué pontifica. Igual se asombra de su propia imagen distorsionada.
Hace mucho que no escribía. Calor, verano, merecido descanso… Escribo para mí. Ni tan siquiera espero que alguien entre ya a Lorca Digital. Igual eso pretendía.
Esta noche del veranillo de San Miguel – y de San Rafael (Rosell)- no es mala para retomar, sin estridencias y sin ánimo de continuidad, mis escritos dirigidos a nadie en particular. Algo así como a modo de diario pero escribiendo cuando me dé la real gana y lo que me salga del chipirón. Colorao.
Está el mundo que dan unas ganicas de echar una siesta de 7 años, abrir el ojo y seguramente seguir durmiendo, con el frente de guerra de la veterana Tercera Guerra Mundial envolviéndonos como una empanadilla. No hay escapatoria. Más pronto que tarde empezaremos a oir el silbido de las balas. Y de los misiles -ciegos y guiados, tontos o inteligentes-.
Y, entretanto, alguien me envía un escrito de prensa. Me va a perdonar el autor, pero me niego a llamarlo artículo, donde intenta ridiculizar a Bárbara Rey -¡mi Marita!- porque vive «en una casa de paredes de ladrillo, como la de cualquiera de clase media». O algo así.
Sinceramente, me alegro de que ese señor, o señora, o señore, critique a Marita por vivir en sitio tan cutre como es una casa de ladrillo «caravista», señal de que no hay nada que criticar salvo que sea tan ligera de entrepierna como cualquiera otra que tenga, y quiera, disponer de la libertad de abrirse de patas con quien le plazca, se llame Juan o se llame Antonio.
Informo a tan egregio escribidor, que esto no va a leer, que el ladrillo caravista es propio de los mejores palacios, desde la casa-palacio de los Álvarez-Fajardo, en Cehegín, hasta la mansión donde están las oficinas del «cutre» rey de España: el Palacio de La Zarzuela, pasando por la inmensa mayoría de palacios en Madrid construidos desde que Madrid es la capital de lo que queda de España.
En la España rural y pueblerina; la España «de provincias», en la del «quiero y no puedo», en la de castillos caídos, en definitiva, por contra, las casas, casonas y cortijos se construían de piedras, guijarros y pedruscos del bancal pedregoso más cercano. Y se añadían, a veces, sillares de piedra caliza, que es la piedra que se usaba para no eternizarse en la obra utilizando otros materiales, como el granito, que son los usados en los verdaderos palacios con ánimo de perdurar.
Se enfoscaban de yeso, porque esas piedras sin tallar no eran dignas de mostrarse y, además, de no hacerlo producían inevitables filtraciones del agua de lluvia que en Lorca, cuando cae, cae.
Por contra, las edificaciones de ladrillo caravista, propias de las grandes capitales, como Madrid o Londres, y de otras no tanto pero con un nivel adquisitivo que para sí querría el «autor», eran construídas en ladrillo. Ladrillo visto, que se dice en Lorca. En el ladrillo no cala el agua, en la piedra, sí. Por eso aquellos arquitectos tan «modernos» que arrancaron, allá por los años 70 (si mal no recuerdo) el yeso y la cal que cubrían los pedruscos del palacio de Guevara tuvieron que recular cuando los estragos de la humedad que provocaron en habitaciones y salones hubo que atajarlos.
Hoy luce con su enfoscado casi original, pero con enfoscado, al fin y al cabo. Lo único «caravista» es la débil piedra arenisca y, sí, efectivamente, el ladrillo visto de esquinazos y planta superior. Que en Lorca el ejemplo de «palacio» sea el cortijo rural de un señorito que se enseñoreaba mostrando a su esclavo negro, situado en lo que era la huerta junto a un canal de riego, nos dice mucho de la incultura del autor.
Dicho lo cual, Marita, si realmente eres cutre no es porque te compraras una casuja de casi 500 metros en Boadilla del Monte, de serlo lo serías por otras cosas que no me atrevo a calificar porque el que esté libre de pecado que tire la primera piedra. O el primer ladrillo. Cuestión de gustos.
Por cierto, hace unos días se nos jubiló un hijoputa. Día de júbilo para la mayoría. Mis mejores deseos en su nueva vida en la que cada día sonará menos su móvil hasta que nadie se acuerde del personaje. A todo cerdo le llega su San Martín. Bye bye.
Sin acritud.
F.J. Álbarez-Fajardo, escribidor de sí mismo
Imagen: spain.info