De ser las más y las mejores, a la risión de España, va un paso. En teoría…
Cuando cerré la primera etapa de Lorca Digital (Antonio sabe por qué), el hoy presidente de la taifa murciana era casi un zagal. Ya empezaba a despuntar en política y comenzaban a darle cargos de más o menos relevancia de los que no tenía ni la más mínima idea, tal y como ocurre en el gremio politiquil.
No tengo ni el gusto ni la desgracia de haber tratado con él. Conocerlo, lo conozco de crío. Traté con su abuela Isidra un breve tiempo; con su madre en mi luenga y feliz etapa aguileña, y con algún que otro primo y pariente, a los que tengo grande aprecio. Suelo tratar más con los primos de otros que con los que me tocaron en la lotería genética. Tu familia son tus amigos.
Creo que nunca escribí sobre él. Igual lo hice cuando fue Gerente del Área III de Salud, por alguna burrada que hiciera, pero es algo que, supongo, no tendría mayor trascendencia.
Hoy toca. No toca por temas políticos. Eso vendrá en multitud de ocasiones, espero; y espero que para bien, por el bien de todos. Toca por temas procesioniles. Fernando López Miras ha renacido como Teodosio «El Grande». Hay que tenerlos cuadrados para haberle endiñado semejante papel precisamente a él, habiendo otros emperadores romanos en los que reencarnarse. Y lo dice otro «grande», porque hay que ver la de kilos (de grasa) que he acumulado. Me meto casi en los noventa. Fernando, de seguro, me supera. O eso parece. Está de buen año. Hambre, lo que se dice hambre, no ha pasado.
Lo de mi «grandeza» va por etapas. No suelo serlo, en el sentido físico, pero a ciertas edades el cuerpo te pide tener reservas, y no es malo. Lo malo es pasarse, como yo he hecho. Ahora toca ayuno y abstinencia. Fernando no está en esa edad, pero está en las circunstancias; en las que, decía Miguel «El Zambombo», «si te invitan y tiés que comer tres veces, comes tres veces». Otro «grande».
Por circunstancias de la vida, me he hecho con la fotico que aparece en esta mi Morada. Le han hecho miles de fotos. Lo han vitoreado. Lo han vilipendiado. Lo han criticado. Lo han envidiado.
Podría hacer como las revistas salmón y empezar a fijarme en detalles como su mirada; su sonrisa (fingida o no); su «saber estar» encima del carro sin poner cara de estar oliendo las cajoneras de los cuatro corceles enganchados a él; las miradas de los dos efebos-palafreneros que lo flanquean (en Lorca, palafraneros) y la sonrisa Profidén del más cercano a la cámara mientras es observado por el lejano… A lo Catalina de Gales y su Photoshop, pero en versión lorquina.
No hay más que echar un vistazo a la prensa digital para ver cómo medios (que no enteros) como El Confidencial, El Mundo, La Mentira, El Español, 20Minutos, La Vanguardia Española (¡qué antiguo me he quedao!), ABC, El Independiente y muchos más, se hacen eco -fotografías incluidas- del trotar de Teodosio a la carrera por la «Carrera», permítanme el juego palabril. Hay de todo, como en botica, tanto en los propios artículos como en los comentarios, la mayoría con mala baba. La ignorancia es muy osada y no escapa a ella el «comentarista» foráneo que no tiene ni la más remota idea de dónde está Lorca situada en el mapa ni lo que son y significan sus procesiones. Cuando me preguntan que «dónde está eso [Lorca]», les suelo contestar: en Andalucía. Y se quedan tan ufanos.
Decía no sé qué torero, haciéndose eco de palabras que no eran suyas, que es bueno que hablen de uno, aunque sea para mal. Y de López Miras han hablado. Y, lo bueno de todo esto, es que han hablado de Lorca; y de sus procesiones sin parangón mundial (quien las conoce sabe que no es pasión). «El Grande» se ha convertido en esta ocasión -queriéndolo o sin quererlo, y me inclino por lo último- en el mayor embajador de la Lorca imperial en la que se reconvierte la mal llamada Ciudad del Sol cada año. En esta ocasión, gracias, Fernando. Permítame Su Majestad Imperial un consejo de este pobre procesionero que fue: sobre una cuádriga, enhiesto, vayas al paso, al trote o al galope. Siempre enhiesto. Como un señor. Como un emperador. Como un presidente debería ir SIEMPRE. Con la cabeza bien alta. Otros tienen que agacharla para no tropezar con los escalones del Juzgado.
Francisco J. ÁLVAREZ-FAJARDO, escribidor
The pig