¿De verdad que una puta escalera y un paso de cebra que hay que repintar cualquier día es lo que preocupa a la ciudadanía? ¡Pareciera que los rojos le hayan vuelto a pegar fuego a San Patricio!
Begoña Gómez de Sánchez… Perdón, que hoy no toca. Mañana.
Plataforma por la calidad del paisaje, Pudrimos, Partido Sanchista, no sé cuántos de no sé qué casco histórico e indignaditos sobrevenidos.Todos esos, que han conseguido reunir a 31 personas y personos, y el gato del terremoto del otro día, que también se plantó frente a la portada principal de la Santa Iglesia-Catedral de San Patricio, de Lorca, se han manifestado con el lema «No son sólo unas escaleras. Son muchos años de desprecio al casco histórico»; «Conservad nuestro patrimono YA»; «Por nuestros ríos vivos»; y, me dicen, que alguien que gritaba desaforadamente ¡ISIDRO DIMISIÓN!
De verdad que no sé qué decir. Lo de los ríos… bueno.. Debe se ser por aquello del Pisuerga y Valladolid. Lo del desprecio… No hay más que ver las fotos de antes y después del paso del Zambombo por la alcaldía que le robó a José Antonio. Lo de «conservad» portado por los rojos… ¿Ahora son conservadores o qué son? ¿No son estos los que le pegaron fuego a las iglesias de media España y, ayer mismo, permitieron derribos y modificaciones de juzgado de guardia? ¿Conservar qué. Las cenizas que dejásteis?
Mire el sufrido lector la imagen que ilustra ésta mi Morada. Es un plano de lo que era la planta de San Patricio en 1778. No en 1533, que fue cuando se empezó a construir. De 1533 no hay planos. Ni tan siquiera se sabe quién la diseñó. Se supone que Jerónimo Quijano, pero a ver quién es el guapo que lo jura, porque no hay ni un solo documento que lo atestigüe. Ni uno. Efectivamente, en 1778 había una escalera. Y antes había otra, previa al carrerón, que no aparece en el plano.
Alguien me apunta que ambas escaleras servían como contrafuertes para evitar, en lo posible, que el templo pudiera colapsar al estar hecho con grande desnivel, tal y como ocurrió con el famoso edificio de La Viña del que, hecho un libro cerrado, salieron de sus entrañas personas vivas. Hay una maldición al respecto, una especie de profecía que dice que San Patricio colapsará un día en que esté lleno hasta la bandera. A ver si hubiera suerte y ese día pilla a quien deba pillar, que ya está bien de que los malos casi siempre se vayan de rositas. Lo de las rositas no sé si es anterior o posterior al «puño y la rosa». Lo consultaré.
La Obra Social de la Caja de Ahorros de Alicante y Murcia, allá por mayo de 1979 (Año Internacional del Niño. El de la Niña ya se verá. Y el del Niñe ni se le espera. Ni el del Ñiñi, ¿verdad, Diego?) organizó lo que se denominó «Ciclo de temas lorquinos para escolares». Fui obligado a ir. Mis maestros no querían y yo tampoco, pero fui. Allí conocí a gentes que fueron después amigos y conocidos Eloy, Pedro, Domingo…
Digo esto porque una de las anécdotas que nos contaron, que recuerdo perfectamente, fue cuál fue el origen de la escalera. Ya lo he contado estos días pero alguien pensará «cosas del Admin». No son cosas del Admin, son cosas de aquellos que nos enseñaron las tripas de Lorca. De una Lorca que la piqueta aún no había destrozado. Ni el terremoto. Ni el Zambombo. Ni José Antonio.
No vi entonces a NADIE hacerle un escrache a José Antonio en las Casas Baratas, donde vivía y vive en la Gloria, dicho sea de paso. ¿Se acuerda alguien de la escalera imperial del viejo ayuntamiento? Yo sí. La destruyó José Antonio. Y no solo la escalera. Destruyó TODO EL AYUNTAMIENTO, salvo la fachada principal, que modificó y pintó sus piedras. Porque la cantería del Ayuntamiento no tiene su color natural. Lo tiene parecido. Nadie se imagina cómo me siento cuando voy a Cehegín y se me caen los lagrimones cuando veo el ayuntamiento, o el palacio de los Fajardo, o el embrión del museo arqueológico, de asombroso parecido al ayuntamiento derribado por José Antonio.
O lo que siento cuando entro al ayuntamiento cartagenero, o aguileño, o murciano. Y ni hablar del de Alicante, o del de cualquier pequeño pueblo, que conserva con orgullo cada una de sus viejas piedras.
En Lorca, para no irnos muy lejos y alcanzar mi memoria, permitiéndome no ir por orden cronológico, nos cargamos el palacio de Gálvez, vendido a un constructor por, entre otros, la abuela del pánfilo Montiel, aquel traidor que susurró al oído al Quijales y éste abortó su idea de hacer vicealcaldesa a la amortizada Ibarra. Sobre sus escombros se construyó un mamotreto y una discoteca multinombre.
Echamos abajo el palacio de Alburquerque, del que ya he hablado.
Estamos a punto de ver cómo se derrumba, por pura desidia, el caserón de los Guevara, en la cuesta de San Vicente.
Cómo se destrozaron los yacimientos islámicos y judíos del Castillo de San Clemente, que así se llama nuestro castillo, para construir un Parador que siempre dije, y mantengo, que se tenía que haber construido en la ciudad vieja. Y cómo el Parador ha destrozado lo que el Zambombo siempre dijo que no se tocaría: la fisonomía. Los lorquinos, siempre al quite, lo llamaron «torre miguelina». Un monumento al mal gusto y al ego de una sola persona, hoy habitante de otro San Clemente, éste sito en la carretera vieja del Puerto.
Cómo se gastan nuestros dineros para regalarle a una empresa privada la recién (horriblemente) restaurada iglesia de San Pedro. O la de Santa María, regalada a una «Real Orden» que es tal Real y real como los duros sevillanos.
Cómo se sigue cayendo a pedazos la incendiada por los rojos iglesia de San Juan.
El convento de Santa Ana y Magdalena, donde hoy está el horterísimo edificio de Muebles San José.
Cómo han puesto todos los problemas del mundo para restaurar los viejos caserones de la calle de las tiendas, o de la calle Prim, o Generalísimo, o José Antonio, o…
Cómo permitieron el derribo del magnífico palacio del conde de Miguel, en pleno centro de la avenida de los Mártires, esquina Zumalacárregui, donde desde hace años se eleva «la tortada», sin haberle cortado los huevos al alcalde de entonces. Quien fuera. Posiblemente, Doroteo, por las fechas, pero que alguien me corrija si yerro.
Todavía estoy esperando que estos «salvapatrias» que se han manifestado (31, repito, incluyendo niños a los que la escalera se la suda) frente a la cicatriz que ha quedado en el muro de San Patricio, se hubieran manifestado cuando se cometieron (y se siguen cometiendo) por las atrocidades que denuncio y recuerdo. Mañana los quiero ver en la puerta de la casa de Guevara, que igual tiene más pelendengues la cosa que la puta escalera, hecha para capricho de un cacique y nada más que para eso.
Son los mismos que consintieron que el casco histórico se haya convertido en el casco viejo. Las zorras manifestándose frente al gallinero. Mi bisabuelo Pedro, eterno primer teniente de alcalde, de haber vivido ahora les habría gritado desde el balcón consistorial su frase favorita cada vez que se encolerizaba, probablemente con mucha razón, el consabido: ¡Vayan Ustedes a la mierda!
Y, mejor, no sigo. Por hoy.
FRANCISCO J. ÁLVAREZ-FAJARDO, escribidor y morador en mi casa
Plano: Archivo Histórico Nacional